Me desperté un día y, de repente, era mayor. De la noche a la mañana tenía 19 años y alguna que otra responsabilidad.
He comprobado que para sobrevivir económicamente se necesita algo más que las vueltas de la compra de mi madre. Ya no quepo por la puerta pequeña de Imaginarium, si leo libros con más imágenes que palabras, está mal visto y coleccionar pegatinas que vienen en chicles rosas es la menor de mis preocupaciones. He cambiado el carnet del Club Megatrix por el carnet de conducir y las mañanas con suggus de los domingos por las noches con ron de los sábados.
Y lo peor de todo: no estoy del todo segura de que el cambio hay sido a mejor.
Dónde quedó la varicela, las ceras blandas, las rodillas y los codos llenos de heridas, los berretes, los pomperos,los furbys,los boomers, los ruedines…
Hace algunos años, no conseguía entender a las personas mayores. Y ahora que se supone que soy mayor, había empezado a sentir que no me entendía. Me niego rotundamente a ser una persona mayor.
Pero como eso, desgraciadamente, no está en mi mano, llevo la inocencia debajo de la piel, donde todo el mundo debería llevarla. Tengo en el alma pintado un cachito de infancia, una porción de ingenuidad. Pero eso es sólo la superficie, porque “lo esencial es invisible a los ojos”.
Si no te estremeces ante el dibujo de una serpiente boa que digiere un elefante y, además, piensas que es un sombrero… Lo siento, pero tengo que darte una terrible noticia: te has convertido irremediablemente en una persona mayor.