Soy feliz. Y mi único propósito ahora mismo es seguir siéndolo hasta nueva orden. Quiero firmar un contrato indefinido de felicidad. Partiendo de esta atrevida afirmación, y antes de que mi querido amigo Murphy me odie indefinidamente, he de exponer mis motivos.
Tengo bajo mi poder fraternal a la persona más dulce del mundo, que me enseña más de lo que llegaré a aprender nunca. Y sus progenitores me han dado siempre un poco más de lo que pueden poseer y de lo que yo llegaré a valorar.
La casualidad me ha hecho encontrar a muchísima gente y la suerte ha hecho que, de entre esa gente, encuentre a unas cuantas personas de esas que marcan tu vida como una cicatriz de guerra. Y no quiero morir sin tener cicatrices.
He encontrado a alguien que me hace compañía camino de la locura, me enciende los amaneceres y me llueve los domingos.
Mi rutina se divide en corondeles, se mezcla con locuciones y se resume en entradillas.
Una vez me dijeron que hay dos formas de ser feliz: una es hacerse el tonto y la otra es serlo. Y yo combino estas dos variantes con cierto equilibrio.
Cuando la sangre tiñe las páginas de los periódicos, los números se disparan en el telediario de las 3 y los de arriba se mantienen sin poder apoyarse en los de abajo, la felicidad no está bien vista, pero a mí no me gusta ninguna otra opción.
Si todo es viento, aprenderemos a volar.