¡¡¡Eh, tú!!! ¡Que sé que estás ahí! O eso espero… Qué difícil se me hace echar la vista atrás y darme cuenta de lo que me he dejado… Algunas cosas están bien donde las dejé; están en su sitio. Pero tú no deberías estar ahí detrás, tan lejos de hoy y tan extremadamente lejos de pasado mañana. ¿Qué hemos hecho? O peor aún, ¿qué coño hemos dejado sin hacer hasta llegar aquí? A lo mejor estoy siendo un poco drástica, demasiado dramática e infinitamente exageradísima, pero es que me crispa no darme cuenta a tiempo de las cosas, me enerva perder las buenas costumbres y tú eras una de esas buenas costumbres. No soy capaz de aparcar nuestras conversaciones interminables, ni nuestras risas, ni nuestros tres mil doscientos cincuenta y cuatro millones de anécdotas. Y estoy empezando a olvidar todas las que me propuse retener para contártelas en nuestro after algún día. Me arrepiento, como siempre, me vuelvo a arrepentir de cambiarte por mis ocupaciones, que no son más que asuntos banales y efímeros que intentan en vano sustituir lo infinito. Y todo es aún más difícil cuando se trata de esquivar la maldición del suvenir, que desde el minuto uno de su existencia ha separado nuestros caminos. Y todo por el hijo de puta de Murphy. ¿Ahora entiendes por qué odio esas trece malditas letras? Porque son siempre el principio del fin. Y deseo con todas mis fuerzas que ésta sea una excepción.
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