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Soy la escritora de mi única novela.

jueves, 7 de julio de 2011

Polos de limón




Pero mírate, leyendo las cuatrocientas cincuenta y cuatro palabras que ha escrito esa gilipollas para alguien que posiblemente no seas tú.
O sí.
Mírate ahí sentado sin saber qué decir, sin poder pedir un deseo, sin ser capaz de despertar de esta dulce pesadilla. Mírate ahí, pequeñito, lento, triste, tirando los minutos que te quedan por la misma puerta por la que ella se fue. Viendo pasar los recuerdos y viendo cómo te quitan las pocas lágrimas que te dejó ese sol que quema sus pupilas cada mañana. Un montón de palabras, con sus lexemas y sus morfemas, con sus miles de interpretaciones posibles. ¿Pero qué quiere decirme? Seguro que ni ella sabe lo que dice, porque no tiene ni idea de nada, ella se limita a representar el papel de la mujer perfecta… y ¡qué bien lo hace!
No habla de amor, eso es seguro. Habla de las noches de verano en el cuadrilátero donde os rompisteis las ganas de volar.
No sé de qué te sorprendes, es su filosofía, su manera de acabar con los amaneceres, con las lunas de enero y con los días impares del mes de mayo.
A ella le encantan los polos de limón y odia los ridículos semáforos en ámbar. Le parecen inútiles los atardeceres, las novelas de terror y los amigos que no se cuentan los problemas. Son inútiles las olas, tanto como las horas que se pasan hablando de temas insípidos, o como las mañanas de los viernes. Como vosotros. Más inútiles que el do bemol, que el sí sostenido o que el punto y coma.
No habla de amor, ni de polos de limón.
No habla de amor, ése es el problema.



Ve con ella o no vuelvas nunca más, pero decídelo ya, para que le dé tiempo a vaciar sus vísceras de primaveras, que si se acumulan, luego le dan alergia.
Vaya dos.
Mientras tú saltas sus palabras y ordenas sus quizás, ella vive ajena a todo, inalterable, insaciable, imprudente, inalienable, inocente, inmadura, imbécil, jugando con ocho letras en una misma fila del teclado.
Miedo. Sí, ella seguramente tenga miedo. Pero no al espejo acrílico, sino al despertar una mañana y sentir que se ha evaporado su alma. Ese tipo de miedo. Miedo a sentir los clavos como si fueran algodones, miedo a arder por dentro estando desnuda en Groenlandia, a quedarse ciega con el resplandor de una cama oscura y vacía. Miedo a permanecer callada ante el ruido impertinente de una flor deshojada un catorce de febrero.
Ella es la persona más ridícula, enfática, psicótica y neurótica que conozco, y eso que he conocido a muchas personas con cualidades esdrújulas.
Y tú… tú eras perfecto hasta que pensaste que ella lo era.

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