Martes. Una odiosa tarde de invierno más, sin hacer nada más que recordar sus párpados cerrados en la almohada. El frío secó sus ganas de volar hacia el pasado. Ya no quería recuperarle a él, simplemente quería volver a sentir una mano cálida en su hombro bajo una nevada como la que estaba cayendo al otro lado del ventanal del salón. Pero es imposible ahora que había desgastado el corazón queriendo a alguien no correspondido.
Lunes. Ya es primavera, o al menos eso dice el anuncio que pusieron ayer en el metro, y ella sigue llevando ese jersey azul con el que le dio el último beso antes de decirle adiós la noche de ese treinta de octubre. Vuelve su alergia, antes incluso que el Corte Inglés, y puede ser una buena excusa cuando se desliza entre recuerdos una lagrimilla seguida de algún estornudo. No debería haber vuelto a ver esa foto.
Domingo. Asquerosa tarde de domingo de julio, asqueroso calor de verano, sin nada que hacer, sin resaca de la que quejarse, sin nadie a quien llamar para contarle que hace meses que no le baja la regla y lo peor de todo, nada de qué preocuparse con ese retraso tan propio de sus alborotadas hormonas. La tristeza se ha vuelto a reír en su cara y ha decidido acompañarla en este viaje en que ha planeado todo menos la vuelta.
Miércoles. Sigue siendo septiembre, y el calor del verano que no quiere dejar pasar al otoño no la deja pensar. Ha pasado mucho tiempo y ya casi no se acuerda los tres lunares que tiene él en la espalda, ni su forma de guiñarle el ojo, ya casi ha olvidado cuál es la canción que le hace llorar y, aunque lo intenta continuamente, no puede recordar que siempre se mordía el labio cuando discutían.
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