Un giño puede cambiar el ritmo de las cosas tanto como cambia un corazón después de un “pues yo no”. Y el guiño que lo cambió todo fue el de la chica de la trenza roja. En uno de esos días en los que cualquiera tiene derecho a maldecir el transporte público, ella estaba sentada en el vagón escuchando una canción que sólo tenía 3 acordes y veinticinco frases inconexas; le gustan las cosas fáciles. Y cuando la música habla de algo parecido al amor, ella guiña el ojo al chico que, tras una barba, oculta sus ganas de llorar porque su típico amor no correspondido no ha sabido ver que es el hombre más increíblemente perfecto que existe de las estrellas para abajo. Él fuerza una sonrisa de complicidad preguntándose por qué esos ojos verdes se cierran por alguien a quien apenas conoce. Ella se levanta y se acerca mientras nota como las pupilas de su inocente víctima se dilatan en menos tiempo de lo que dura el último latido de un amante.
Las oportunidades son como los trenes; si pierdes una, pasa otra cada 4 minutos. |
- ¿Quieres casarte conmigo?
- ¿Perdón?
- No tienes por qué disculparte.
- No sé de qué me hablas.
- ¿Estás intentando ligar conmigo?
- No, en absoluto.
- Pues deberías.
- Creo que me confundes con otro tipo de persona.
- ¿Eres el chico de barba a quién he guiñado el ojo en el metro?
- Sí, soy yo.
- Entonces no me estoy confundiendo.
- ¿Quién eres?
- Te quiero.
- Estás loca.
- Apuesto lo que quieres a que soy la primera loca con la que te tomarías un café.
- Esta vez has ganado, pero te advierto que en la cena del viernes haremos una apuesta que ganaré yo.
- Me muero de ganas por contemplar una segunda derrota.
- ¿Quieres verme sufrir?
- Quiero verte todos los días de mi vida.
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