Salir a la calle, en pleno mes de enero con ese vestido que estrenaste una noche de julio que marcó el resto de tu vida. Y descalza, para sentir en los pies algo más real que el zapatito de cristal que sueles llevar cuando cierras los ojos tan fuerte que parece que se olvidan los recuerdos. Pero no se olvidan.
Y respirar. Respirar profundamente otra cosa que no sea su aliento, que llena tus pulmones y el resto de tus vísceras. Te tirita el alma. Se te empañan las pupilas. Se te escarcha el olor de su piel.
Pero nada, el corazón no se vuelve tan frío como el suyo. Es imposible, él es de hielo.
Y el fuego te consume por dentro, mientras que tu piel está a 13 grados bajo cero.
Nunca antes un estornudo fue el punto y final de una historia de amor.
Como la niña de los fósforos. Pero vendiendo cachitos de amor usado.
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