Todo empezó cuando de verdad empiezan las cosas importantes:
una noche. Una noche sin humo, pero con chispas. Una noche con serios y con
alguna que otra sonrisa. Y siguió otra noche de besos fríos y abrazos en
llamas. Y siguieron otras noches más, con lunas de menos.
Nadie sabía que existían, a veces me pregunto si ellos
mismos lo sabían. Y es que era imposible saber nada con certeza, si hasta el
cielo dejó de ser azul y el sol dejó de salir por el Este. Jamás planeaban
nada, ello solían volar encima de sus propios sueños.
Él le dijo: “Dame buenos recuerdos y no te olvidaré nunca” y
ella, cuya memoria no superaba dos anécdotas y cuatro datos inútiles, sabía que
a partir de ese momento siempre iba a acordarse de cada día que pasaran juntos.
Porque para tener buenos recuerdos hace falta algo más que tener buena memoria.
"El amor halla sus caminos, aunque sea a través de senderos por donde ni los lobos se atreverían a seguir su presa." Lord Byron. |
Y como garantía, se dejaban la piel marcada con cada mirada perdida. Se pellizcaban el corazón, se mordían la amnesia. Se firmaron un juramento en la espalda y esquivaron los errores como rejas en la acera. Se refugiaron en los besos largos de los semáforos en rojo y se pierden en los pasos de cebra de más de tres carriles.
Y siente algo… Un cosquilleo recorre sus dudas y desaparecen
como sombras en la oscuridad, se funden en el vacío de las palabras que nunca
se dijeron. Nunca había necesitado tanto un mordisco al final del día. Nunca
había necesitado tanto unos dos puntos y una “y griega” para volver a sonreír.
Para ser total y completamente feliz.
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