Hace ya tiempo que arranqué y creo que mi único objetivo era
seguir adelante, aunque puede que ni siquiera tuviera objetivo. Me limité a
acelerar, mirando al frente, sin frenos. En la reserva. Estaban todos los
semáforos abiertos, sólo para mí. No había pasos de peatones, ni radares. No
había límites de velocidad, ni de los que no son de velocidad.
Y de repente aparece alguien. Alguien que me para los pies,
pisa el pedal del medio y me obliga a disfrutar del paisaje. El paisaje que
dejé atrás hace miles de kilómetros. Y no estoy segura de querer volverlo a
ver. Embrague, reduzco. Y ahora, despacio, me da tiempo a mirar por la
ventanilla, a sacar la mano por ella como si de un anuncio se tratara. Y todo
se ve más claro. Y ese es precisamente el problema.
¿Y cuál es el problema? ¿La velocidad o el paisaje? Solo
quería acelerar, ver sólo lo que tenía justo delante de los ojos, sin mirar
atrás, sin girar la cabeza. Pero ya no puedo. Quería seguir viviendo rápido para no pensar. Y ahora
mismo, mientras haya alguien que sigue pisando el freno, lo único que puedo
cambiar es la música.
"¿Sabes por qué el parabrisas es más grande que el retrovisor? Porque el camino que tienes delante es más importante que el que dejas atrás."
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